Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 18 de abril de 2013

Mi pequeña sunshine

 
 
Fotografía: Kemal Kamil
 
 
 
Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas
al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa;
alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de
ese peso, cuando me cae en el corazón.

Soledad. . . Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, no amo como ellos
aman... Moriré como ellos mueren.

El alcohol desembriaga. Después de beber unos sorbitos de coñac, ya no pienso en ti. 

No hay nada que temer. He tocado fondo. No puedo caer más bajo que tu corazón

Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador
del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.

Nos rodea la atmósfera de Leysin, de Montana, de los sanatorios de alta montaña
acristalados como acuarios, gigantescas reservas donde continuamente acude a pescar la
Muerte. Los enfermos escupen confidencias sanguinolentas, intercambian bacilos,
comparan cuadros de temperatura, se instalan en una camaradería de peligros. ¿Quién
tiene más lesiones, tú o yo?

¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.

Nos acordamos de nuestros sueños, pero no recordamos nuestro dormir. Tan sólo
dos veces penetré en esos fondos, surcados por las corrientes, en donde nuestros sueños
no son más que restos de un naufragio de realidades sumergidas. El otro día, borracha de
felicidad como uno se emborracha de aire al final de una larga carrera, me eché en la cama
a la manera del nadador que se lanza de espaldas, con los brazos en cruz: caí en un mar
azul. Adosada al abismo como una nadadora que hace el muerto, sostenida por la bolsa de
oxígeno de mis pulmones llenos de aire, emergí de aquel mar griego como una isla recién
nacida. Esta noche, borracha de dolor, me dejo caer en la cama con los gestos de una
ahogada que se abandona: cedo al sueño como a la asfixia. Las corrientes de recuerdos
persisten a través del embrutecimiento nocturno, me arrastran hacia una especie de lago
Asfaltita. No hay manera de hundirse en este agua saturada de sales, amarga como la
secreción de los pájaros. Floto como la momia en su asfalto, con la aprensión de un
despertar que será, todo lo más, un sobrevivir. El flujo y reflujo del sueño me hacen dar
vueltas, a pesar mío, en esta playa de batista. A cada momento, mis rodillas tropiezan con tu
recuerdo. El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto.

Soporto tus defectos. Uno se resigna a los defectos de Dios. Soporto tu ausencia. Uno
se resigna a la ausencia de Dios.

Lo único horrible es no servir para nada. Haz de mí lo que quieras, incluso una
pantalla, incluso un metal buen conductor.

Amar con los ojos cerrados es amar como un ciego. Amar con los ojos abiertos tal vez
sea amar como un loco: es aceptarlo todo apasionadamente. Yo te amo como una loca.

Se llega virgen a todos los acontecimientos de la vida. Tengo miedo de no saber cómo
arreglármelas con mi dolor.

Ardiendo con más fuegos... Animal cansado, un látigo de llamas me azota con fuerza
las espaldas. He hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Me despierto
cada noche envuelta en el incendio de mi propia sangre.

Cuando vuelvo a verte, todo se torna límpido. Acepto sufrir.
 
 
Marguerite Yourcenar. 
 
 
 
 
 

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