Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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domingo, 4 de noviembre de 2012

Eve


A la niña de mis ojos. Al tercer perfume. Al hueso del melocotón.

París, capital Londres.




Andy Prokh






Eve
(Vida y mujer en hebreo, y en inglés, víspera)

                           A Mercedes, por el hilo que la une al secreto

Porque hiciste mi gesto eterno supe
que eras la muerte: porque ella sólo podía
amarme si no había
                        hombres para mí, vivos:
       sólo ella podía amarme:
                                   y supe también que tú eras
la muerte, y que me amabas.

El rostro de la Humanidad era
para mí el de nadie: como para ella,
       como para ti: eres negra y no quieres
nada de lo que vive y no sabe
hasta morir que te desea.
                                         Y vi a través de ti, cómo surgían
     y surgen cabezas de la tierra helada:
     cabezas, yelmos, corazas, espadas
     es el fruto que cosecha la tierra en este a ño
     que tanto recuerda al Último, al siguiente,
y me amaste porque yo lo veía, porque
     veía crecer ya en el huerto el fruto
monstruoso que incorporaba en sí
     todo dolor e injusticia y desastre

     y me dijiste: «He aquí mi primer hijo
     yo que nada sabía del ridículo gesto
     de nacer» y agregaste:
     «Este reirá de todo,
     y lo encenagará todo con
        el veneno de su risa mortal:
                                                       cuando no haya nadie
        que recuerde cómo se reía, este reirá»
                          Y te reíste de mí, como mi madre
al ver que yo había nacido de ella.
                                                            Tan inmenso
era el frío en las ciudades
que algunos sabían que no era locura
ni es, creer que caerán sobre mí

o seré yo el que caiga al morir sobre tu cuerpo.

           Pero en el frío crecían
seguían creciendo -la peor de las alfombras de césped
los huesos y la carne de los soldados
      que crecían sobre la tierra helada. Y me dijiste
      «ellos no tendrán miedo, porque están
      muertos, lo mismo que tú que me amas,
                                                                         a mí que soy negra
 como la vida e hice una piedra de tu gesto»
      Y los muertos brotaban sobre la tierra húmeda
      -cabezas, yelmos, corazas y espadas
      porque la Muerte se había hecho vida.

                                                                  Y pregunté
     -te pregunté entonces-: «Será mi alma buen
                                           alimento para perros?»

                                       Y contestaste: «no esperes
      que ella sirva para otra cosa: aquella
                                                                 fue creada
      y pensada lo mismo que tu cuerpo y huesos para
          nutrición de los perros finales -lo mismo
      que tu palabra. «Y ¿nada he de esperar?» «Nada»
             Y vi como espadas y corazas y yelmos
surgían sobre el campo más yermo.
             Y me olvidé.
"Narciso en el acorde último de las flautas" 1979


Leopoldo María Panero







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