Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 26 de julio de 2012

Lo que la piel no dice

Composición de Jessica Hines






No está escrito en ningún sitio que la piel quiera ser envenenada, ni que prefiera la tinta, a la limpieza original. No está escrito que la voluntad tenga derecho a imponerse sobre la naturaleza. Ni que las mujeres quieran vivir grabadas en los brazos de unos hombres, que tal vez, algún día, no serán suyos. Nadie sabe si es del todo lícito imponerse una condena, una marca, un estigma. No está escrito que sea justo que el dolor se premie, ni que la moda o el adorno o el capricho tengan por qué mezclarse con el alma. No hay razón para atarse a un símbolo cuya trascendencia puede ser transitoria y su presencia permanente. Nadie nos obliga, ni puede obligarnos, a decir para siempre. 

Y sin embargo más de una vez lo decimos. Y más de una vez nos manchamos la piel, con la tinta de una idea, de un presagio, de una certeza, que después se olvida, de un amor que después se pierde, o se arruina, de una emoción que creímos duradera, pero que al final, por más que nos neguemos a verlo, estaba de paso. Se van quedando los días, que ya fueron, en la piel, y al mirar atrás, son las marcas las que nos recuerdan aquello que fuimos. 

Tal vez en algún momento soñemos con escapar de esta condena, porque al querer ser otros, nos condenamos irremediablemente a ser lo que ahora somos. Y pesa. ¿Pero acaso no pesan también los besos, las palabras que dijimos, el daño que hicimos y el que nos hicieron, acaso no pesa también la historia invisible que arrastramos? 

No sólo existe lo que puede verse, existe también lo que se intuye, lo que se promete, lo que se da, existe lo robado y lo que no conseguimos robar. 

La vida se amontona en los márgenes de la piel señalada y la piel señalada, se va convirtiendo en una nota al pie de la página de nuestra historia. 

¿Qué dicen los versos de amor cuando el amor se ha ido, a quién le hablan, qué explican exactamente? ¿De qué o de quién hablan las canciones del pasado? ¿Qué fue de la furia, del rencor, del entusiasmo, del champán y su resaca? ¿En qué momento nos dimos cuenta, de que nada de lo nuestro, era nuestro para siempre? 

La piel recuerda. Y en la temporada de las lluvias, no se borran nunca todos los caminos de vuelta a casa. La piel recuerda un tiempo anterior a la tinta, antes de ser señalada, y recuerda, un tiempo de soledad, antes de ser amada, aunque a menudo no recuerde con precisión el motivo de todo lo sucedido. 

Las señales que dejamos nos permiten reconstruir las cosas que rompimos. Se avanza a tientas por el pasado, y aunque no todas las piezas encajan, y algunas ni aparecen, poco a poco, se reconoce un olor, un momento, una noche, o el color de sus ojos. Las señales que dejamos en la piel, nos traen algunas de las cosas que tuvimos, que fueron nuestras, cuando el tiempo no existía, y la memoria no era necesaria. 

Porque puede ser que nada se recuerde, pero también puede ser que el amor se empeñe en pelear contra el olvido, como un boxeador sonado y persistente. Puede ser que los días se sobrepongan al rigor de los días, que todo se sume y se amontone, que nada se pierda del todo. Y puede ser que la piel quiera recordar después de todo, los nombres de las mujeres amadas, y las causas de todas las batallas, ganadas, o perdidas, y que los pasos en la nieve no se vayan con la nive. No es imposible, que lo que pareció arrogancia o locura termine por dar fé de lo que fuimos, y que nuestras manos se llenen, cuando ya no esperemos nada, de nuestros pasados y, tal vez, de otros futuros. 

No puede descartarse que en algún momento, recuperemos el orgullo y el sabor de lo vivido. No puede descartarse que volvamos sobre nuestros pasos, que reencontremos el sentido a lo perdido, ni debería ser imposible, y seguramente lo sea, que llegado el día, volvamos a entender el código cifrado de nuestra piel, el mensaje en la botella que lanzamos hace mucho, mucho años. 

Puede ser, incluso, que al final del camino, volvamos a hacer las paces con el tiempo y empecemos a entender, de nuevo, como niños que recuerdan donde escondieron sus tesoros, nuestros propios tatuajes.


Ray Loriga



 

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