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lunes, 7 de mayo de 2012

Experimento en la cárcel de Stanford


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Fotografía de Misha Gordin

En 1971 el Dr. Zimbardo y su equipo realizaron un experimento psicológico en la Universidad de Stanford (California – EE.UU.), que es conocido como “Stanford Prison Experiment” (Experimento de la cárcel de Stanford), y cuyos resultados asombraron al mundo.

A continuación os dejo una amplia entrevista que concedió el Dr. Zimbardo en 2001 y que he conservado durante estos años por lo interesantes y perturbadoras que son sus declaraciones. La asociación con el atroz comportamiento de los guardianes en la prisión iraquí de Abu Ghraib, por poner un ejemplo destacado, es casi inevitable.


EL DR. ZIMBARDO Y MR. HYDE

Isaac Lee (Revista LOFT, nov. 2001)

Philip Zimbardo es un inmigrante italiano criado en el Bronx. Es alto, fuerte y tiene una mirada astuta. Parece un luchador. Pero cuando habla hay algo que no encaja. Es brillante, elocuente, simpático y maneja la conversación con la cancha de un profesor universitario con más de 30 años de experiencia y unos ojos que penetran el alma.

Si la charla fuera por teléfono, se imaginaría uno al otro lado a un viejo como Freud con pipa y todo –al fin y al cabo, es el presidente de la Asociación de Psicología de Estados Unidos- pero Zimbardo está ahí. Vive en una calle que cruza la famosa Lombard Strret en San Francisco. Desde allí maneja todos los días hasta Palo Alto para llegar a Stanford, donde es considerado el profesor más popular de la universidad.

Hoy está feliz. Hace 30 años decidió hacer un experimento que lo hizo famoso, el Stanford Prison Experiment. Montó celdas ficticias y asignó los papeles de prisioneros y de guardias a 24 jóvenes estudiantes para seguir su comportamiento durante dos semanas. Lo que de ahí salió aún sigue sorprendiendo.


¿Cuál era el propósito del experimento?

El estudio comenzó como una demostración de lo que pasa cuando uno coloca gente buena en un lugar nocivo por un período largo. Se escogieron estudiantes inteligentes, llenos de cualidades, que habían participado en actividades antibélicas y en pro de los derechos humanos. La pregunta era sí serían capaces de superar la negatividad del ambiente o sí serían absorbidos por él.


¿Y qué demostró?

Que las situaciones sociales pueden influenciar nuestro comportamiento más de lo que creemos. Usualmente pensamos que el comportamiento humano está determinado principalmente por factores internos, como nuestra personalidad, nuestras actitudes, valores, formación, moral, y subestimamos la importancia de lo externo. Por ejemplo, el formar parte de un grupo, el portar un uniforme, el estar sometidos a ciertas reglas en situaciones precisas, el hecho de estar jugando un papel específico, y el poder que los símbolos tienen sobre nosotros.


¿Hubo algo sorprendente?

Lo sorprendente fue la rapidez y la intensidad de los cambios que produjeron en esos jóvenes. Lo que vimos en pocos días fue que unos jóvenes normales y saludables comenzaron a tener crisis emocionales: lloraban, gritaban y hablaban de manera irracional.


¿Aún sabiendo que era un experimento y que acababa pronto?

Todo el tiempo. Sabían que no era una prisión real y que los guardias no eran de verdad. Lo que me sorprendió fue la rapidez de la transformación. La razón por la cual los prisioneros empezaron a tener crisis emocionales fue que los guardias comenzaron a portarse con creciente sadismo, inventando nuevas formas de maldad. Cada día pensaban en algo nuevo. Los prisioneros se convirtieron en juguetes de los guardias.


¿Qué los ponían a hacer?

Los despertaban, los ponían a enumerarse, los devolvían a dormir, los despertaban nuevamente, los ponían a hacer flexiones boca abajo. Les asignaban tareas serviles, los hacían mover cajas de un armario a otro, los hacían limpiar retretes sin guantes de protección, enfrentaban a unos prisioneros contra otros, etc.


¿Qué fue lo más inhumano que hicieron?

Algunos guardias hacían cosas claramente homofóbicas.


¿Cómo qué?

Había nueve prisioneros y sus uniformes eran simples batas, no usaban interiores.


¿Qué tiene que ver eso?

Todo lo que hicimos en prisión lo hicimos con el fin de reproducir vivencias gracias a la simulación de situaciones. Todos los ex convictos con los que hablé dijeron que lo que trataban de hacer en la prisión era restarles su masculinidad.


¿Por qué?

Porque los guardias de las cárceles tienen un trabajo difícil: tratan con gente excesivamente masculina, gente muy dura. Así que para doblegarlos intentan desmasculinizarlos.


¿Y no darles ropa interior logra eso?

Sin ropa interior mantienen las piernas cerradas, caminan como mujeres, cruzan las piernas. Se sienten más femeninos, menos seguros. Los guardias usaron eso.


¿Qué hicieron?

Les decían: Bueno, ahora todos ustedes son camellos, camellos hembras. ¡Ahora, agáchense! (Y claro, al agacharse las batas se les levantaban y se les veía el trasero). Los de allá, son camellos machos. Móntenlos (Los hacían simular relaciones sexuales) Los guardias se morían de la risa. Sólo simulaban pero de todos modos.


¿Qué consecuencias trajo ese tipo de trato?

Hubo un prisionero que entró para reemplazar al primero que sufrió una crisis emocional fuerte. Entró un miércoles. Todos se habían adaptado a la locura del ambiente, que cada día se volvía más extrema. Cuando vio lo que ocurría dijo que todos estaban locos y que él no se iba a quedar. Los otros prisioneros le dijeron que no se podía ir. “No te dejarán salir”. “Pues, me negaré a comer y tendrán que sacarme de aquí si me enfermo”, respondió. Se negó a comer.


¿Y qué pasó?

Los guardias dijeron: “Eso es una violación de la regla número 2, que dice que todos los prisioneros deben comer a las horas previstas”. Habíamos incluido esa norma con el fin de que los prisioneros no tuvieran la opción de escoger arbitrariamente la hora de sus comidas, pero los guardias decidieron que si el prisionero no cumplía una norma debía ser castigado.


¿Cuál era el castigo?

Los guardias hicieron lo imposible por forzarlo a comer. Lo desnudaron, lo pusieron en confinamiento, lo hicieron caminar por todas partes sosteniendo la comida que no quería ingerir. Lo interesante fue que él continuó con su rebelión y los prisioneros empezaron a considerarlo como un héroe. Él les recordaba la libertad que tenían.


¿Cómo reaccionaron los guardias?

Les quitaron a todos la visita del jueves. Lo pusieron a él en confinamiento en un armario y pusieron al resto de los prisioneros a golpear la puerta, haciendo un ruido ensordecedor, mientras decían: “Gracias, 8612”.


¿Y qué pasó?

El guardia les dijo: “Voy a darles a elegir. Lo voy a mantener aquí toda la noche, a menos que ustedes estén dispuestos a entregar sus almohadas y sus cobijas. Si están dispuestos a hacer eso, entonces lo dejo salir”. Los prisioneros optaron por no entregar sus almohadas ni sus cobijas. Él tuvo que seguir sentado allí, solo, desnudo.


¿Se rindió?

No. Aguantó dos días más y ahí terminamos el experimento.


¿Nadie tuvo una depresión?

Sí. Durante los seis días que duró el experimento tuvimos que dejar ir a cuatro jóvenes que mostraron síntomas extremos de estrés.


¿Qué hubiera pasado si no hubiesen detenido el experimento en el día sexto, sino en el decimocuarto?

Es difícil de saber. Una de las cosas que pasó fue que los prisioneros que se quedaron empezaron a actuar verdaderamente como zombies. Se volvieron totalmente obedientes. Se desplomaron por dentro. Se amoldaron al trabajo en un sistema autoritario en el cual se obedece a la persona que está por encima de uno. Tengo la sensación de que si ese tipo de situación se hubiese prolongado hubieran entrado en una rutina de abuso, sin que el nivel de maltrato hubiese necesariamente aumentado.


¿A qué conclusión lo llevó el experimento?

A varias conclusiones. Una es que las situaciones influyen más en nuestro comportamiento de lo que queremos creer. Nos gusta pensar que hay una dinámica interior que controla nuestro comportamiento. Que sabemos cómo nos comportaríamos en situaciones como la descrita, que seríamos justos, honestos y sabios, prisioneros decentes y que no nos desplomaríamos.


¿Y no puede ser así?

El problema está que cuando decimos cosas como ésas, nos basamos en nuestra historial personal. Si uno no ha estado nunca en una posición de poder absoluto, no tiene idea de cómo se comportaría en tal situación. Al pensar en nosotros mismos solemos tener rasgos de autocomplacencia: nos gusta pensar que somos buenos, justos, generosos y proyectamos esa imagen en cualquier situación. Pero si estamos en una situación en la cual disponemos de poder absoluto sobre otra persona, ¿cómo lo usaremos? Mientras tanto, la otra persona piensa: bueno, yo no tengo ningún poder en esa situación. Las personas abusan del poder o se someten a sus abusos.


Usted dice que el ambiente determina más de lo que se cree las actitudes de la gente, pero ¿en qué proporción influye la formación anterior de la persona?

Cuando estamos en una situación completamente nueva, nuestra forma de reaccionar habitual, basada en resultados exitosos o efectivos y que nace por lo general de nuestros valores, actitudes, personalidades, se suspende en muchos casos. Nuestra forma de reaccionar puede ser irrelevante cuando lidiamos con las demandas de un ambiente nuevo. Entonces tenemos que aprender a adaptarnos a las nuevas demandas. En estos casos es más importante lo que la situación produce en nosotros, que lo que nosotros traemos a la situación. Por supuesto, no todo es blanco o negro. Hay diferencias individuales, pero es una cuestión de grados cuánto de nuestros valores previos vamos a utilizar en la nueva situación y cuánto vamos a ser víctimas del poder que tiene el ambiente en nosotros.


¿Y otra conclusión?

La segunda conclusión es que si se asume un papel por espacio de varias horas, el papel y la persona se empiezan a mezclar. Se pierde el límite entre la identidad propia y la del personaje. Cuando los guardias se ponían los uniformes asumían a fondo su papel. Cuando se los quitaban regresaban a su manera de ser normal.


O sea, que no sentían ninguna culpa por lo que hacían…

No durante el experimento. Sólo hubo una muestra clara de culpa de parte de uno de los guardias. Estaba en el peor turno de la noche. El fue quien vio todas las cosas terribles que los demás guardias hacían. En su diario escribió: “Odio formar parte de una máquina que destruye a las personas y hace que se sientan insignificantes. Estoy pensando en renunciar a este trabajo y convertirme en prisionero”. Pero nunca lo hizo.


¿Hizo algo para que no siguieran los abusos?

Nunca detuvo a los demás guardias. Pudo haber dicho algo, pero no demostró ningún disgusto. Nunca llegó tarde ni se fue temprano. Y permitió que las cosas continuaran. Se mostró como el pariente bueno en una familia abusiva, que deja que las cosas pasen.


¿No son muy desesperanzadores esos resultados?

Lo preocupante del experimento es que los muchachos inteligentes, sin antecedentes criminales, ni desórdenes mentales, pudieran convertirse tan fácilmente en malas personas. Es alarmante porque tendemos a creer en el poder de la personalidad, de la moralidad interna. Pero el estudio tiene también un mensaje positivo, que consiste en que al hacernos conscientes de lo poderosos que son estos contextos psicológicos podemos evitarlos o cambiarlos.


¿Hubo alguna solidaridad entre los prisioneros?

Sólo al principio. Hablaban entre sí dentro de las celdas, de una celda a otra, durante la rebelión, etc. Una vez que los guardias aplastaron la rebelión, crearon una celda privilegiada. Los demás fueron severamente castigados. Luego los separaron en diferentes celdas, después de que perdieron la confianza que se tenían entre ellos.


¿Piensa que entre hermanos o muy buenos amigos se destruiría la confianza con la misma facilidad?

No. Aunque el experimento se llevó a cabo en Stanford sólo incluimos a dos estudiantes de esa universidad. Todos eran extraños entre sí. Se creó una situación similar a la de un campo de prisioneros de guerra. Se trata de gente procedente de medios completamente distintos. Era fácil para los guardias manejarlos así.


¿Por qué usa como referencia a los prisioneros de guerra?

En la guerra de Corea los comunistas identificaban en un grupo de estadounidenses a un líder y lo mandaban a una unidad distinta. Aislaban o mataban a cualquiera que mostrara potencial de liderazgo. Eso fue lo que hicieron de manera intuitiva nuestros guardias.


¿Qué diría Darwin sobre este experimento?

(Se ríe)… Interesante. Nunca había pensado en eso. Una de las cosas que hacen las cárceles es permitir que quienes tienen el poder político controlen a quienes no lo tienen. En algunas situaciones, si todo el mundo fuera libre o pudiera hacer lo que quisiera, sólo los más fuertes físicamente sobrevivirían. En la sociedad moderna, sin embargo, es la inteligencia la que gana; los más astutos, los que han heredado más poder. El sistema legal es un medio que usan los ricos para controlar a los pobres. Así es como limitan la revolución.


¿Pero qué diría Darwin?

Darwin podría decir que todo el concepto de prisiones y del sistema legal cambia la naturaleza de la supervivencia del más fuerte. Darwin habla de aptitud biológica. Lo que han creado las sociedades es una aptitud sociopolítica. La gente más peligrosa conforma una minoría fuerte. Se busca segregarlos en cárceles para que no planteen una amenaza para la sociedad. Cuando miramos las prisiones políticas, estamos definiendo a alguien como el enemigo.


¿Aunque conozcamos bien a alguien, hay situaciones en las cuales el comportamiento de esa persona sería impredecible?

Si uno piensa en la gente que mejor cree conocer y piensa en qué situaciones la conoce, se percata de que esas situaciones son muy precisas. Hay muchas horas durante las cuales uno no ve a sus conocidos y durante ese tiempo uno no tiene ni idea de lo que hacen. Tenemos la ilusión de que la gente tiene un comportamiento coherente, que lo que uno ve es lo que todo el mundo ve. No somos conscientes de que la gente tiene una vida secreta. Lo que vemos es aquello que los demás nos dejan ver. No vemos cómo se comportan cuando están solos o con otra gente.


¿Todo el mundo tiene esa vida secreta?

Nos percatamos intensamente de esto cuando nos enteramos de un asunto de adulterio o de alguien que ha llevado varias relaciones de pareja simultáneas, cuando de esa persona hemos tenido la imagen de alguien muy dedicado a su familia.


¿Entonces la gente es impredecible?

Es predecible lo que puede ocurrir en situaciones conocidas. Lo que no podemos predecir es cómo se comportará alguien en una situación totalmente nueva: tener fortunas millonarias o estar en un campo de concentración, alcanzar la fama o el poder absoluto. Si tal situación es inédita, no hay patrones establecidos. ¿Qué clase de Dios sería usted?


¿Cómo piensa que se comportaría usted en una situación como la del experimento de la prisión?

Me gustaría creer que no sería abusivo, pero la verdad es que no lo sé. Nos gusta pensar que seríamos distintos, pero dígame lo que la mayoría de al gente haría y podría apostarle a usted que haría lo mismo.


Después del experimento decidió estudiar la timidez. ¿Por qué?

Me di cuenta de que la metáfora del guardia y la prisión era crucial. Un guardia es alguien que limita la libertad de otras personas y los prisioneros aceptan esos límites. Una persona tímida es ambas cosas. Su propio guardia y su propio prisionero.




 

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