Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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lunes, 21 de mayo de 2012

El amante lesbiano



Creación: Andrzej Radka







[Fragmento]

De pronto me sobresalta una explosión de sonidos. Reconozco en los primeros compases la 'Danza húngara número 1' de Brahms, que en el Madrid de los años cuarenta solía ofrecer como propina la Orquesta de Cámara de Hans von Benda. Pero no suena una transcripción orquestal, sino un piano, y muy próximo. Me vuelvo y grito:

—¡Papá!


Casi no le doy tiempo a dejar de tocar su piano y girarse en el taburete. El abrazo es apretado, largo: mi emoción sin palabras empaña mis ojos.—Vamos, vamos –me calma él–. No pensarías que no íbamos a vernos.No ha cambiado. Su pelo gris, hacia atrás, sus dulces ojos castaños, labios finos, manos delicadas, gesto mesurado...

—Claro que lo esperaba, pero no estaba seguro.

—Es lo más natural, hijo. Ya has visto a mamá, a Juan, a Luisa... Todos te queremos.

—¿Y sabes a quién acabo de encontrar también? ¡A la señora Khadir, a Farida!—¿Farida?—Madame Djalil, la del profesor argelino amigo tuyo que nos visitó en Madrid. ¿No recuerdas?

—¡Ya lo creo! Admirable mujer. ¡Qué bien me hablaba de ella su marido en Toledo!

—No sabes la alegría que me dio encontrarla gracias a estas postales... Ahora estaba yo mirando unas de la Melilla de tu época. Mira, seguro que te hacen recordar.
—Aquí se recuerda todo, hasta lo que no recordábamos. En esa casa, frente a la Comandancia General, viví yo antes de casarme con tu madre.

—Una vez, en Ras–Marif, tita Luisa me dijo que tú te habías fijado en ella antes que en mamá.

—¿Te dijo eso? –Su mirar se dulcifica por un momento-. Es verdad. Las dos eran muy guapas pero tu madre me intimidaba. Luisa era más de mi estilo y yo me inclinaba a ella. Las seguía por el parque, las "encerraba" hasta su casa, como se decía entonces. Pero tu madre decidió conquistarme y lo logró sin dificultad; ni Luisa ni yo podíamos contrariarla. No podía perder tiempo, ya no eran unas niñas en una época en que a los veinticinco la mujer empezaba a resultar solterona. No es que yo fuera mucho más que un arabista traductor de la Comandancia, pero mi puesto civil tenía el pomposo nombre de "Consejero" y además yo trabajaba en la privilegiada esfera del alto mando, donde otros asesores lograron llenarse el bolsillo con sus influencias. Así es que tu madre me eligió y yo me casé con la esperanza de que si teníamos un hijo heredase el carácter fuerte de ella en vez del mío. La pobre Luisa siguió cuidando a su madre en Ras–Marif y perdió su juventud en aquel agujero de tu paraíso. Sólo recobraba el gusto de vivir cuando la invitábamos unas semanas a nuestra casa, pero tu madre no las prodigaba. Pensaba, y con razón, que mi placer por acompañar al piano a tu tía no era solamente estético. Aunque Luisa encantaba oyéndola, sobre todo los tangos, sus piezas favoritas.

Papá se vuelve al teclado y, soñadoramente, toca unos compases del tango 'Caminito'. Sí, daba gusto oírselo cantar a ella.

—¿Estabas enamorado de la tita? –pregunto, sorprendido por la naturalidad con que formulo aquí tales preguntas.


—Todo lo enamorado que yo podía estar de una mujer. Pero como teníamos el mismo carácter no era una relación ardorosa sino sólo una fraternidad erótica. Con ella yo no llegaba a más, no era capaz. En cambio tu madre lograba excitarme en la cama hasta poder satisfacerla plenamente. Su disciplina, el someterme como mero instrumento de su deseo, me engallaba y me hacía más macho que si yo llevara la iniciativa. Siempre me montaba ella, era mi jinete; su dominación me hacía activo...


Me mira e interpreta mi expresión:

—Te choca que hable así a mi hijo, pero ¿acaso no nacemos todos de los abrazos de nuestros padres?... Ya irás comprobando que aquí las hipocresías y los tapujos se desmoronan ante la fuerza de los hechos. Y los hechos son mucho más variados y complejos que los dos comportamientos sexuales únicos permitidos por la cultura oficial: el macho y la hembra, cada uno de ellos heterosexual cien por cien sin resquicios, encarnando respectivamente el poder y la sumisión. Pero por mucho que todas las demás variantes sean declaradas perversiones, la vida en la naturaleza sigue produciendo los casos y matices más diversos... Supongo que no necesito demostrártelo, a poco que recuerdes tu propio matrimonio. Ya sé además que no te dolió gran cosa el desenlace.

—Así es; fue un alivio.

—El de salir de la farsa e instalarse en la verdad.

—Únicamente me dolió el desprecio de la gente...

—¡El desprecio!... –Rechaza mi padre con la voz más desdeñosa imaginable. El desprecio lo temen los poderosos porque les debilita; ellos prefieren ser odiados porque eso es reconocer su fuerza. Los débiles nos confirmamos en ese desprecio ajeno porque es nuestra identidad. "El que se humilla será ensalzado", lo dicen hasta los que necesitan dios, y es que al instalado en la sumisión no se le puede rebajar más.

—No comprendo –me atrevo a interrumpirle.

Me contempla benévolo:

—Me extraña, con la vida que has llevado. Cuando el sumiso se encara con el fuerte, retándole a que le degrade y el fuerte reacciona maltratando y humillando, hace precisamente lo que desea el sumiso. Es decir le obedece, se convierte en su instrumento, aunque crea estar dominando... Mientras no te desprecies a ti mismo ríete del desprecio ajeno y vive según tu propia verdad. 




 

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