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lunes, 21 de mayo de 2012

Donny Johnson, preso de la cordura.




Donny Johnson es un preso, condenado a cadena perpetua, de EE.UU, recluido en la cárcel de alta seguridad de Pelican Bay (California), una de las penitenciarías más duras del país. Tiene 48 años y lleva desde los 18 entre rejas. Procesado por su implicación en un asesinato. Sobre sus espaldas, un pasado juvenil de drogas, reformatorios y una experiencia familiar caótica y hostil. Hijo de preso y alcohólico. Un padre que maltrataba a su madre. Circunstancias, todas ellas, que no le sirvieron de atenuante en el juicio. Tras nueve años de prisión, fue confinado indefinidamente en una celda de castigo por atacar a unos guardianes con una navaja. Declara haberlos confundido con unos presos que le acosaban a muerte. No le creyeron. Lo más terrible es que, desde entonces, han pasado casi 20 años, está encerrado a cal y canto en esa celda de castigo sin ver la luz del sol. Un habitáculo de cemento de 2,5 m x 3,5 m. Ni una miserable ventana. De frente, una puerta de acero con una perforación por donde le vigilan y una ranura por la que le pasan, dos veces al día, una bandeja con la comida. No tiene derecho a salir al patio ni a comunicarse con los demás presos. De vez en cuando, sale a un oscuro pasillo interior a estirar las piernas. Una vez al mes, recibe la visita de su madre. Se comunica con ella a través de un locutorio acristalado, sin ningún contacto directo. Ni siquiera puede tocarla levemente. Donny Jonson dice que daría su brazo derecho por poder abrazar a su madre. Imaginar su situación es sencillamente escalofriante.

Gracias a un amigo, un semi-jubilado psicoanalista, Steve Kurtz, que trabaja con presos, Donny Johnson descubre el Arte y la Literatura a través de una fructífera y larga correspondencia por correo. Rodeado por un mundo totalmente gris de cemento y acero, y estimulado por este intercambio epistolar, Donny decide un día experimentar con el color. Utiliza los pigmentos que recubren los caramelos M & M’s, disolviéndolos con agua y usando de soporte el anverso en blanco de una postal que venden en la prisión. El pincel lo fabrica con su propio cabello. Envía la postal a su amigo y éste le anima a proseguir, diciéndole que es maravilloso lo que ha hecho. Y así es como Donny Johnson se convierte en pintor. Además de esos pigmentos, usa cáscaras de huevo, pimienta y otros restos orgánicos para crear texturas que adhiere con cola extraída de unos caramelos de goma. En la cárcel no le facilitan absolutamente ningún material para crear. El criterio que impera en la penitenciaría de Pelican Bay es que los presos no están ahí para disfrutar. Un criterio que llevan hasta las consecuencias más extremas e inhumanas, impropias de un Estado de Derecho.



 



La ingeniosa capacidad de Donny Johnson para crear sobre la base de elementos tan rudimentarios y su talento para expresar con colores y símbolos su universo interior, llevan a su amigo Kurtz a organizar una exposición en México. Sus obras tuvieron un gran éxito. Se vendieron a 500 $ la pieza. Incluso el New York Times le dedica un artículo. Después de eso, la dirección penitenciaria se sintió molesta. Se registra su celda y le confiscaron los pinceles, prohibiéndole enviar fuera de la cárcel cualquier muestra creativa. Sólo gracias a la presión de la opinión pública, Donny Johnson pudo reanudar su actividad al poco tiempo y sigue creando. Todo lo que recauda está destinado a un proyecto para hijos de presos de Pelican Bay.

Descubrí a este artista gracias a un sobrecogedor artículo de Ian Gibson en el diario El Periódico. Inmediatamente, mi curiosidad me llevó a visitar la página personal de Donny Johnson y me quedé maravillado ante su obra. Un estallido de color y un expresionismo simbólico a través de sus formas y texturas que difícilmente inducían a imaginar el atroz entorno que rodea a su creador. Sin embargo, una contemplación más minuciosa nos permite hacer una lectura más íntima y certera. Los círculos concéntricos, abundantes en sus láminas, bien nos podrían hablar de la desesperación y el dolor. Sin duda, la exhuberancia de colores y la sinuosidad de los trazos, a veces, como espirales sin salida, son un grito de libertad, un canto a esa contemplación exterior que le es tan cruelmente negada día tras día, un antídoto para no quebrarse del todo. Seguramente por eso, la obra de Donny está preñada de una increíble energía. En cuanto a sus fuentes de inspiración, declara una profunda admiración por Van Gogh y le gustan mucho también Joan Miró y Jackson Pollock, cuyas estelas dejan, aquí y allá, trazos de influencia en sus obras.
 
Web oficial de Donny Johnson






 

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